¿Quién soy yo en el bosque?

Artículo de Elisenda Navinés publicado en le journal El Bourricot, marzo 2018.
Cuando veo el bosque desde una distancia, todos los árboles me parecen iguales, pero a medida que voy adentrándome me doy cuenta de que no hay ninguno de igual, todos son diferentes, en tamaño, grosor y color. Las personas también son diferentes, no hay ninguna igual a otra, tanto físicamente como internamente. Cada persona es un mundo, y nadie se siente igual a otro. Cada uno de nosotros entonces no tiene un igual en cualquier otro lugar.
¿Quién soy yo? ¿Como soy yo realmente? ¿Por qué los demás nos ven tan diferente de como yo me veo? ¿Soy heterosexual o no? ¿Este cuerpo realmente me pertenece? ¡¡¡He cambiado tanto que no me reconozco!!! ¡¡No sé cómo definirme!! ¿Pienso o deseo por mí mismo o por identificación con el otro?……
No nacemos con una identidad definida, porque la identidad es una construcción que se origina en las primeras etapas de la vida del producto de un proceso de diferenciación con respecto del otro (normalmente la madre).
La identidad es lo que nos distingue y diferencia de los demás por nuestra unicidad y lo que nos caracteriza de propio con el paso del tiempo. Es el sentimiento de ser el mismo a pesar de los cambios y experiencias que nos suceden en la vida. Es pues lo que permite que nos reconozcamos.
Es como el sello de personalidad y como el resultado de un proceso de identificaciones que ocurren en los primeros años de vida hasta el final de la adolescencia. Pero no se detiene aquí. La identidad y la personalidad son dos conceptos que van juntos porqué uno es y se diferencia de los otros a partir de la consciencia de ser único y diferente de los demás. La identidad responde más a quiénes somos y la personalidad más a cómo nos comportamos.
La identidad no aparece de repente al día siguiente de entrar en nuestra adolescencia, más bien es el resultado de una construcción progresiva donde las bases se encuentran en los primeros años de vida.
Sabemos, por el psicoanálisis más actual, que el niño cuando nace no se diferencia de la madre. Esto se percibe como desmembrado. Parece ser que también percibe a la madre así. El niño juega con los dedos y con el pecho como si fueran objetos. No será capaz de constituir una imagen corporal coherente ni tampoco una imagen coherente del cuerpo de la madre. En los primeros meses de existencia, el niño no es consciente de su identidad, por lo tanto, no tiene pues consciencia de sí mismo.
Freud, viendo a uno de sus nietos, a la edad de dieciocho meses, se dio cuenta de que el niño cuando su madre se iba no lloraba como lo hacía antes y que jugaba con un cordón atado a un carrete, lo lanzaba lejos al mismo tiempo que emitia unos sonidos que significaban «fuera» y «aquí». Captó pues que, con este juego, el niño reproducía la situación de la madre con respecto a cuando estaba presente y cuando no, por lo tanto, se hacía una representación mental de la separación y reencuentro que impedía la ansiedad de la separación. El niño es pues capaz de comprender que a pesar de que la madre desaparece de su campo visual, volverá.
Lacan, habla del «estadio del espejo « como el período que conforma la función del yo en el niño entre los 6 y 18 meses de edad. Él dijo que hay que comprender el estadio del espejo como un identificación cuando en el niño asume su imagen reflejada.
Por lo tanto, a partir de esta imagen reflejada, el niño podrá alcanzar la conciencia de sí mismo a partir de un proceso de identificación en presencia de un otro.
Se reconoce entonces a partir de que se percibe como un objeto en el espacio incorporando esta imagen dentro de sí mismo, y es a partir de este reconocimiento que comienza a introducir el «yo» en su discurso como sentimiento de identidad.
Winicott, lo describe así. » los ojos de la madre son el espejo de la cara del niño «. Por lo tanto, el niño aprende a reconocerse como persona a través de la reacción de los adultos. Así, la identidad se construye a partir de la mirada del otro.
La experiencia de sentirse uno diferenciado evolucionará favorablemente por la experiencia de establecer un vínculo de apego seguro con su madre (o cuidador principal). Este vínculo será seguro cuando el cuidador atiende a las necesidades del niño. Si la mirada de la madre o del cuidador está ausente o triste, ausente o fría, el niño no puede ser ni contenido ni gratificado en los momentos que necesita serlo.
Por lo tanto, podemos decir que la estructura psíquica y su naturaleza se inician ya en estas etapas tempranas de la niñez, así como también el nacimiento del “self” o “yo identitario”, y que cuando los procesos que componen la formación del yo son disfuncionales, la identidad se daña.
Así es como los estados tendrían que garantizar la prevención de la psicopatología infantil, teniendo en cuenta el trabajo multidisciplinario y activando las ayudas necesarias para que los niños tengan el cuidado y la seguridad que requieren. El acceso a estructuras sociales y de ayuda psicológica para detectar cualquier tipo de negligencia familiar o institucional deberían estar presentes en la consciencia de todos los profesionales del sector sanitario.
Sólo desde la prevención podremos bajar el nivel alarmante de la patología mental infantil.
Pero aún habiendo crecido en un ambiente familiar favorable y receptivo y poseer un yo fuerte y sólido, la propia identidad no será completa si como dice CGJung, una vez ya adultos no observamos nuestra propia subjetividad, y que sería como saber mirar desde el interior, desde el interior de uno mismo.
Estamos cada vez más lejos de vivir y sentirnos como anhelamos porqué a menudo sólo escuchamos lo que nos dice la razón y la lucha en el día a día para sobrevivir en esta sociedad consumista y deshumanizada. Esta sociedad ahoga el recuerdo y la voluntad de ser auténticamente uno mismo. El hombre/mujer de hoy se desvive para «ser alguien», «tener un buen estatus social», «ser considerado por lo que tiene y por lo que posee»,» ser el más valorado y el más fuerte. «… a los ojos de los demás, identificándose con la imagen que da y con sus pertenencias. Olvida que siempre llega que los otros que hacen o han hecho camino con él, un día no estarán y se encontrará solo/a consigo mismo/a y desnudo/a frente al gran misterio de la vida y la muerte.
Es por eso por lo que es tan importante tener tiempo para uno mismo y esto no es sólo descansar, cuidarse la salud y divertirse. Es también saber amar y aprender gradualmente, pero sólidamente a valorar la vida sin depender de nada, sentirse bien tanto si se está acompañado como si no , estar contento con todo lo que llega o desaparece, porqué habremos aprendido a vivir con esta realidad propia interna que nos complementa y que nos hace libres para abordar con serenidad y paz interior todas las adversidades.
Busquemos en nosotros mismos una construcción Identitaria en el transcurso del tiempo llena de equilibrio emocional y de experiencias vitales bien resueltas. Así estaremos ciertamente más cerca de ser quiénes somos y como no por supuesto, de la verdadera libertad que nos liberará de todo falso camino.
“Así como en el estado embrionario el niño no es nada más que una parte del cuerpo materno y depende por completo del estado de éste, la psique del niño pequeño es en cierto modo sólo una parte de la psique materna, y pronto también una parte de la psique paterna, debido a la atmósfera común. El primer estado psíquico es una fusión con la psicología de los padres …… Se produce cierto cambio cuando el niño empieza a desarrollar su consciencia del yo, lo cual se manifiesta exteriormente en el hecho de que el niño empieza a decir «yo”. Este cambio aparece normalmente entre el tercer y el quinto año de vida, pero también puede suceder antes. Desde este momento podemos hablar de una psique individual, la cual alcanzará una autonomía relativa después de la pubertad. «
“Sobre el desarrollo de la personalidad » C G Jung.
«La personalidad se desarrolla en el transcurso de la vida a partir disposiciones germinativas casi imposibles de interpretar; es sólo a través de nuestra acción que descubriremos quiénes somos. Somos como el sol que mantiene la vida en la tierra, produciendo todo tipo de cosas hermosas, extrañas y malas; somos como las madres que llevan en su seno la felicidad y el sufrimiento ignorados. No sabemos en principio que acciones, que pasos, qué destinos, qué de bien y qué de mal tenemos en nosotros y el otoño sólo nos mostrará lo que la primavera ha producido; sólo por la noche se mostrará lo que en la mañana habrá comenzado.»
«Alma y vida» C G Jung.
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