La soledad en las montañas

Psychologue Clinicienne / Psychotérapeute à Estavar

La soledad en las montañas

Artículo de Elisenda Navinés publicado en le journal El Bourricot, mayo 2017.

¡¡¡Vivir siempre en Cerdanya, que suerte !! dicen mucha gente de Ciudad. Pero este no es el sentimiento general de la gente que vive allí. Viviendo en un pueblo pequeño de Cerdanya-Capcir uno tiene más probabilidades de sentirse solo que viviendo en la ciudad, y esto no es por azar. En principio, ver a los amigos en todo momento sin vehículo propio es muy difícil, salir a pasear con el frio uno se lo piensa dos veces. En efecto si no realizamos algún esfuerzo, resulta más fácil pasar más tiempo en casa, y a su vez tener más tiempo para encontrarse cara a la soledad, cosa distinta que, si vivimos en la ciudad, donde el simple hecho de bajar a la calle ya es suficiente para distraerse.

Tenemos siempre la posibilidad de conectarse a las redes sociales, pero esto no remplaza nunca el contacto real con los otros. Es así como, vivir en medio de nuestra propia soledad supone un desafío que no todo el mundo es capaz de afrontar.

La pregunta que deberíamos hacernos seria la siguiente; ¿Tenemos la capacidad de poder vivir en este espacio de soledad con alegría, disfrutando de la naturaleza y el silencio que nos rodea para encontrarse consigo mismo en el momento presente?, o más aún ¿Probamos de llenar este tiempo haciendo cualquier cosa con el fin de que la angustia y el dolor no invadan nuestro espíritu? Si encontramos la respuesta en el placer, es probable que hayamos adquirido un buen bagaje para hacer frente a la soledad. Pero si huimos de está como de la muerte, se deberá a una falta de auto estima, o bien que llevamos un gran peso debido a ser dependientes de otros, o también a reminiscencias del pasado ligadas al sentimiento de abandono vivido en la infancia. Ciertamente, vivir en las montañas facilita la soledad, pero la apreciamos o no. No solo según el entorno, sino más que nada por cómo somos nosotros.

En latín, “solitude” significa “lugar desierto” y habitar en este espacio, sobre todo en nuestros días es sinónimo de sufrimiento, de exclusión o de aislamiento y en consecuencia una experiencia de sufrimiento psíquico, mientras que eso no deberá ser así.

La capacidad de estar solo empieza desde la edad más joven alrededor de los 18 primeros meses de vida, cuando el niño pone en práctica su propia autonomía en presencia de su madre. En función de la naturaleza de los primeros lazos afectivos vividos, obtendremos un gran potencial o un gran vacío difícilmente soportable, frecuentemente la causa de procesos patológicos. Se trata de una experiencia que debemos vivir frente a un ser que esta presente y que nos aporta confianza. Descubrir un mundo por nosotros mismos bajo la mirada afectiva del otro no es lo mismo que crecer bajo una mirada ausente que no nos pone ni seguros ni confiados.

Dicho de otra forma, para poder estar solo en la ausencia del orto hace falta primero a ver vivido esta experiencia en presencia justamente del otro. Del impacto de estas primeras experiencias resultará la madurez afectiva y la capacidad de preservar un espacio interior, confortable e íntimo, donde situar nuestra soledad como espacio precioso de identificación.

D.W. WINNICOTT dice en su libro « La capacité d’être seul » :

Incluso si estuviéramos de acuerdo que la capacidad de estar solo corresponde a una elaboración, la aptitud para la soledad auténtica tiene sus cimientos en esta primera experiencia de estar solo en presencia de alguien… Si esta experiencia es insuficiente, la capacidad de estar solo no se desarrolla.”

A pesar de esto, la “capacidad de resiliencia” entendida como la capacidad innata de hacer frente a las adversidades de la vida para salir aún más fuerte, puede ser un factor que actúe eficazmente como proceso reparador para las personas que no hayan podido, en su infancia, hacer frente a la inseguridad producida por la falta de confianza en sí misma durante los momentos de exploración y de interacción en nuestro entorno.

Debemos transmitir seguridad y confianza a nuestros niños en su camino hacia la autonomía, y como decía Roland BARTHES “practicar el equilibrio entre el deseo de mantenerse alejado de la sociabilidad y el deseo de preservar el enlace afectivo con los otros”.

Así es como hacemos de la soledad un espacio de pensamiento libre, un espacio de trascendencia y un espacio que llenamos con el deseo de ir a otros para compartir la alegría de vivir.

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