La familia. Pasado, presente y futuro.

Entendemos por familia a todo grupo de personas unidas por una afiliación parental, consenso o amistades que coexisten estableciendo una comunidad entre ellas durante un período de tiempo. Lo más común son las parejas o matrimonios que coexisten con uno o más hijos y que conforman la unidad básica de cualquier sociedad.
Pero lo que determina que la familia tenga un sentido en sí misma, es que cada uno de sus miembros es muy importante para los demás miembros del grupo y que las experiencias vividas en este espacio de tiempo juntos hayan fortalecido los lazos afectivos para que sólo estos perduren una vez que cada uno siga su camino.
La familia, pero es como la pareja, tienes que cuidarla y amarla si quieres mantener viva la llama, tanto la familia en la que hemos nacido como la que podemos llegar a hacer, ya que la importancia y la influencia en la vida psíquica de cada uno es más que evidente. El lugar que tuvimos en ella y cómo esta nos ha marcado la relación entre nuestros padres o cuidadores principales y entre hermanos, marcará de por vida la dimensión de nuestra vida mental. La familia en la que hemos crecido nos forma la identidad y la personalidad, y a lo largo de la vida la revivimos en mayor o menor grado en muchas circunstancias donde la relación con el otro se hace presente.
En las generaciones de nuestros abuelos la familia lo incluía todo; era la fórmula milagrosa donde vivir mejor el amor, compartir costumbres y creencias y dónde asegurar una cierta estabilidad emocional y proyecto de vida. Hoy todo esto ha sido fragmentado debido a los grandes cambios sociales y culturales que lo han sacudido todo. Tener pareja y criar hijos no siempre va juntos. Los niños no siempre son el resultado de una unión sentimental entre un hombre y una mujer porque pueden ser hijos de una pareja del mismo sexo, (en el caso de las mujeres pueden ser hijos de una de las dos madres) o adoptados por un par de hombres (según las leyes de algunos países). El padre ha dejado de ser en muchos hogares el que lleva la batuta porque la mujer sabe que no necesita su permiso para poder ser madre o para criar a sus hijos solas. La lucha del movimiento feminista ha ayudado mucho para que las mujeres se reconocieran lo suficiente a sí mismas, aunque una gran mayoría que logró trabajar fuera del hogar no pudo cambiar los clichés mentales habituales. La mayoría continúa haciendo los trabajos de limpieza y accesorios de todos los hogares. Pero lo que se logró, es la convicción de que para ser libre tienes que ser autosuficiente y no depender de la pareja para nada. Por lo tanto, el cambio de las tres últimas generaciones hasta el día de hoy es inmenso.
En las generaciones de nuestros abuelos, la preservación del patrimonio familiar era muy importante. La herencia de padres a hijos constituía el nexo de unión. Los hijos eran la garantía de que los bienes se conservaban de padres a hijos entre sucesivas sucesiones y el linaje permanecía. Hoy en día no es tan importante dejar los bienes a los hijos. Las necesidades son las del momento presente y los hijos ya se espabilarán.
En la actualidad todo ha quedado fragmentado debido a los grandes cambios sociales y culturales que lo han sacudido todo. Si los padres se enferman antes de lo planeado, los pondremos en la residencia. Se vive en el día a día y el futuro de los hijos y de los padres queda en un segundo plano. Tal vez en parte porque la tradición de las familias que vivían de la tierra se ha ido perdiendo… Tal vez porque la incomunicación entre padres e hijos es mayor que nunca…… Tal vez porque nos relacionamos cada vez más con un mundo virtual y no en un mundo real y los logaritmos ya se encargan de establecer cuáles son los deseos que todavía ignoramos seguir…………
En cualquier caso, la globalización ha cambiado el paradigma de arriba a abajo. Ir a vivir lejos para un trabajo rompe los lazos familiares y los lazos se debilitan. El desarraigo ya no es difícil de hacer, porque tenemos internet!!!!. Así es como los hijos pasan a disfrutar más desde la inmediatez y a vivirlo todo como un bien de consumo más. Vivimos y los disfrutamos mientras están con nosotros y por lo general se alejan para seguir sus estudios o para trabajar cuando cumplen la mayoría de edad para no volver más. Una vez alejados de la familia, se enfrentarán a la inmadurez en este mundo relacional superficial donde todo el mundo quiere vivir el máximo sin sentirse atado al otro durante demasiado tiempo… Si finalmente los hijos no se alejan mucho no cambia gran cosa, no quedan horas. La mayoría de las parejas trabajan como esclavos para poder entre los dos obtener una fuente de ingresos decente y ya no queda tiempo para las relaciones sociales y la familia. Pero no hay problema. La era digital está aquí. En lugar de la aventura de tomar el coche o el tren, tenemos a nuestra disposición los informes fotográficos de WhatsApp o Instagram, vídeos grabados o en directo. Pero estas relaciones hechas del mundo virtual no generan vínculos fuertes. Así es también como los jóvenes se relacionan desde la no participación y se instalan en una adolescencia eterna. Las citas pierden el calor de tomarse el tiempo para disfrutar del viaje y cuando ya te cansas es muy fácil desconectarse, ya no respondes al e,mail y así es como fácilmente el otro se queda sin respuesta, no vaya a ser que responder a la llamada del otro requiera un esfuerzo o un compromiso.
El problema más grave, pero de vivir más desde la satisfacción inmediata versus compromiso con los hijos, es cuando los vemos en un contexto donde el padre y la madre ya no se aman. ¿Cómo hacer para no dañar su autoestima? Ya sea que los padres continúen viviendo juntos (muy habitual hoy en día con salarios mileuristas), como o si uno de los dos rehízo su vida solo o formando una nueva pareja, las heridas parentales difícilmente no incidirán en un aumento de la inseguridad de los niños y jóvenes que dependen de ella. Y así es como la mayoría de los jóvenes que se enfrentan a un mundo individualista y de un consumo de emociones desde la inmediatez, se enfrentan al mundo con una mochila que, en lugar de estar llena de autenticidad, autoestima y valores, estará llena de inseguridades, defensas y miedo al otro.
Estos cambios importantes y esta falta de madurez para afrontar el mundo actual han cambiado por completo el concepto de familia y muchos de nosotros nos preguntamos cómo la grave crisis que afecta la economía mundial con la epidemia de Covid 19 repercutirá en el futuro. El distanciamiento social se convierte en la prevención del contagio como la mejor de las soluciones y se frena la promiscuidad sexual en la que los jóvenes se habían habituado. ¿Fomentará esto la conciencia de la soledad y de la necesidad de volver al sentido original de la pareja y la familia como modelo social a seguir?
Hemos alcanzado una pérdida sin precedentes de valores donde la idea de arrasar todo para defender la libertad individual libre de compromisos responsables ha evitado la atención a los demás, priorizando siempre el propio deseo en todo, característico de una sociedad narcisista donde la dependencia emocional no tiene cabida. En realidad, lo que sucede con esta forma de vivir libre de todo compromiso emocional es el miedo a volverse dependiente del afecto del otro por miedo al hundimiento. Y así es como la sociedad actual pierde lo mejor que las relaciones humanas pueden traer y que es el reconocimiento del otro y el compromiso amoroso de ambas partes. Zygmunt Bauman nos habla del concepto «amor líquido», en su libro «Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vinculos humanos»(Polidad Editorial Polity /2000). En este libro el autor habla ampliamente sobre el miedo al compromiso en una relación duradera. Nos habla de cómo la mayoría de la gente anhela la relación con el otro pero sin involucrarse demasiado, no vaya a ser que en un momento dado alguien más interesante aparezca…. Obtener las ventajas de disfrutar de todo el pastel y una vez ya saciado dejarlo correr …. Vive la alegría de la unión sin perder ni un solo momento de mi libertad para hacer y ser lo que quiero. Siempre habrá alguien más con quien reiniciar de nuevo.
Hoy en día se vive alejado de todo compromiso y el propósito de construir juntos una relación adecuada y auténtica se rechaza, pero el amor no viene por sí solo. Está construido entre dos o más seres que se aman. Para asumir juntos la incertidumbre del mundo que se aproxima, mucho mejor nos pille cogidos de la mano, pero esto solo puede hacerse amando y cuidando. Este viaje compartido hoy en día es más necesario que nunca, porque sin duda es mucho más alentador y enriquecedor. Aquellos que no se han arraigado en la familia difícilmente sabrán cómo transmitir este modelo de familia extendida más allá de la propia si es que se llega a tener una. El aprendizaje que implica vivir en este mundo es mucho mejor hacerlo como pareja y familia siempre teniendo en cuenta al otro. Somos seres sociales y aquellos que no aprenden a amarse, compartir y respetarse unos a otros nunca entenderán el verdadero significado de la vida.
Una vida sin amor es una vida desolada, pobre e insustancial, y no puede expandirse más allá de mí misma. La familia es y siempre será un referente de complicidad y apoyo, un marco de crecimiento emocional, porque ha sido y debe seguir siendo un modelo a seguir. ¡¡Si nos tocan uno nos tocan a todos!! Y ahora tal vez con la llegada de la Covid es cuando tenemos que esforzarnos, para que ni esta pandemia ni ninguna otra justifiquen el aislamiento de nadie. Ni los padres, ni los hermanos, ni los abuelos, ni los hijos, deben ser excluidos de los grandes momentos de alegría o tristeza que todos y cada uno de los miembros de la familia tienen el derecho legítimo de compartir y vivir. Los confinamientos nunca deben aislar a las familias unas de otras, porque de ahí a la desintegración del principal sistema de fraternidad y socialización sólo hay un paso. ¿Tendremos que acostumbrarnos a vivir en la era de las pandemias como algunos ya dicen? Si cualquier enfoque físico es un peligro para la salud, si los enfermos colapsan los hospitales y muchos mueren sin siquiera poder dar un último adiós a los seres queridos, sino podemos compartir con nuestros hijos la llegada de nuestros nietos, si sólo nos queda la posibilidad, no siempre evidente, de hacerlo desde una triste pantalla, comenzaremos a legitimar una crueldad sin precedentes donde la familia podría perder el sentido que siempre ha tenido.
Después de haber experimentado la ausencia de los mios durante el período de confinamiento, ya sea que vivieran en otro continente o estuvieran a pocos kilómetros de casa, recordé un documental que pasaron en la TV3 en el programa de 30 minutos titulado «Morir en soledad en Japón» : https://www.youtube.com/watch?v=wVt9hm5qKL4
Este documental habla de la dolorosa y desolada profesión de los encargados de entrar en los pisos cuando alguien ha fallecido y no se tienen de tiempo noticias . Suelen ser abuelos o algún joven ya excluido de la sociedad. Las llaman «muertes solitarias», porque cumplen con los requisitos de morir en un piso, donde nadie ha podido prever la muerte o presenciarla y que no es un suicidio. Las estadísticas hablan de personas que van a partir de los 20 años y se disparan a partir de los 50 o 60 años, Esto es una consecuencia directa de la pérdida de contacto con los miembros de la familia y las personas de su alrededor. Mientras estas personas estaban activas en su lugar de trabajo, tenian contacto con sus compañeros de trabajo, pero una vez que tienen la jubilación u otras circunstancias los separan de la vida activa y productiva, ya nadie en la familia se preocupa por ellos. Los vecinos tampoco. Tal vez sólo les han dado los buenos días y las buenas noches durante años. Estos profesionales son los que generalmente son alertados por algún vecino por causa del mal olor al acercarse a la puerta, y entran para verificar que no haya una muerte solitaria, que de confirmarse, tendrán que desinfectar el apartamento con el consiguiente levantamiento del cuerpo, tratando de encontrar un teléfono de un amigo, familiar o conocido que quiera las pertenencias miserables o fotografías que el difunto tenía antes de tirarlo todo El documental hablaba de miles y miles de personas, unas 30.000 al año, y se estima que dentro de 15 años podrían llegar a 100.000 anuales. Mueren solos, sin una última reclamación de ayuda a nadie porque finalmente no hay nadie al otro lado de la línea. Los años acumulados de incomunicación han hecho de los seres queridos auténticos desconocidos.
En Cataluña más de 280,00 personas mayores viven solas y en toda Francia ya hay 10 millones entre los ancianos y las personas que han decidido vivir solas.
No podemos normalizar actitudes que favorezcan el aislamiento, porque como muchos también dicen, no moriremos de Covid sino de pena.
Carl Gustav Jung – La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir.
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